Ayer alguien me ofreció bocadillo de jamón serrano con queso. Estarás pensando que vaya mierda tardar casi un mes en actualizar para contar que ayer alguien me ofreció un mordisco de su cena pero sólo unos pocos afortunados conocen el significado del jamón serrano con queso. El mío sin tomate, por favor. Y el plátano. Y la palmera. Y el chupachups. Y para mí agua, gracias. Y así un sábado de cada dos durante cuatro años. Cuatro años de victorias y derrotas pero desde luego de más alegrías que penas (aquí podría incluir un chiste malo sobre la cantidad de Alegrías en el equipo pero no lo voy a hacer). Cuatro años de jamón serrano con queso y sin tomate sobre ruedas y volviendo tarde a casa, de anécdotas e historias de viejos, de discusiones de cualquier tipo y con cualquier arma inesperada, de frío, calor y lluvia por todo el País Vasco y Navarra y sobre todo de cenas, cubatas ilegales, orujos e hidalgos.
No es nostalgia, es lo que hubo, pero es una pena que lo que hay ahora no se parezca en nada a esto. El domingo que viene seré yo la que ofrezca jamón serrano con queso, por supuesto sin tomate, por todo lo que aprendí, por cada pizarrazo y por cada canasta y cada rebote que me levantaron de la silla.